viernes, 30 de noviembre de 2012

Para Fiona

Me engañaron terriblemente, viví en esta mentira por siglos y eras bastardas, desde los comienzos inmenoriales del universo tal vez. Pero no habrán lágrimas como las que expulsé al saber que no venías, que no te vería, que no podría llorar al unísono con tu voz desgarrada en el escenario. Lloro y sigo llorando por tu lejanía, porque te necesitaría absurdamente cerca en este momento, sabiendo además que estás haciendo lo correcto, lo humano, lo perdurable. Aún así, qué aterrador, Oh well

viernes, 20 de julio de 2012

Conversaciones con mi mejor amigo

- ¿No te das cuenta que todos los que de alguna manera participan en tu vida te dicen lo que tenés que hacer? Responder los llamados, llegar puntual a la oficina, llamar a tus padres, amar a alguien, proyectar un futuro llano y vacío. Y vos te lo tragás todo y pensás que el camino de la mansedumbre te llevará a donde querés ir. Pero tus entrañas dicen lo contrario. No me mires así, no pases esto ahora por tu cerebro adormecido de psicoterapia y buenos modales y creas que te estoy recitando el eterno cliché de la rebeldía suburbana, escucháme bien: todos te dicen lo que tenés que hacer, todos te reclaman algo. Hay gente que se adapta, que de alguna manera alinea los putos mandatos a sus propios deseos o quizás lo ignoran completamente, pero no es tu caso, ¿entendés? nunca vas a ser ese tipo de gente. A vos no te importan un carajo los demás.
- Ahora que lo mencionas -le contesto, bajando el tono y sirviéndome otra copa- pienso en todas las veces que escucho o leo algo dicho o escrito por alguien y tengo ganas de contestar, simplemente "no". Un "no" sin justificación, un "no" porque se me da la gana contradecirte, ser desobediente y un poco maldita, borrarte la sonrisa con un cuchillazo de sacarsmo. Simplemente "no, no me alegro porque vas a tener un hijo", "la verdad que no te extrañé, se ve que tu existencia me resulta indiferente", "no, no quiero verte, me aburriste por adelantado" -me gana la violencia y no puedo atribuirlo a la bebida, porque el vino tinto y yo nos entendemos.
- Claro, es exactamente eso. Es esa maledicencia que te corroe por cargar con la porquería que los otros te lanzan, exigiéndote empatía, tolerancia, hasta estima. Y no es ningún delito que no te importe, que sólo quieras que te dejen en paz.
- A veces pienso que no estaría mal estar encarcelada -divago- Sería como hacer una declaración de principios, decir: no estoy acá para seguir las reglas, evidentemente me paso por el culo tus reglas, tus intenciones, tus buenos deseos, tu moral, tu solidaridad incluso. Sí. Tendría todo el tiempo pesando levemente en mis espaldas (no me gusta el tiempo, eso me asusta un poco), pero podría leer todos los libros que quisiera, quizás hasta escuchar algo de música. Dar vueltas por mi celda hasta caerme de cansancio, dejar que me alimenten, esperar pacientemente el día en que toca salir al sol por un breve momento - el vino me mira y me corta la inspiración soñadora- sí, sé que lo estoy idealizando, pero no estoy hablando de una cárcel de este mundo, estoy creando una idea, una reclusión voluntaria, una inmunidad comprada a fuerza de soledad e indiferencia, una liberación de las expectativas de los demás y las propias, una especie de nirvana mundano, sin redención ninguna.
¿Ahora ni siquiera querés salvarte? me causás gracia. Pero tenés razón, es preferible una condena firme y conocida por todos, que estar condenado y no saberlo o sólo intuirlo, no? preguntále a Joseph K.
- Cierto, tengo la impresión de que mi prisión ideal no sería para nada solitaria, eh? quizás hasta sería un buen emprendimiento...
- Ya te pusiste capitalista otra vez, se te debe estar pasando la borrachera. Y pensar que mañana te vas a levantar temprano otra vez, mansamente, traicionando tus resoluciones nocturnas...
- ¡Basta!, quiero dormir, el sueño es también una especie de cárcel divina, lástima que nos abren la puerta cada mañana.
- Sí, mejor dormíte porque ya estás empezando a hablar pavadas y ambos sabemos que no vas a dar el próximo paso
- Pensándolo bien, vos también sos una bonita cárcel, eh? vino querido! feliz día, amigo!
- Sí, feliz día, ingenua.

viernes, 29 de junio de 2012

La ola o el vidente


Sólo necesitaba de una metáfora para sobrevivir. Una historia bien contada, sin pretensiones ni prejuicios, una explicación para justificar su pasado y conjurar su porvenir. Que estuviera lejos o cerca de la verdad, que fuera plausible, convincente o comprobable, no importaba. Sólo precisaba un símbolo, una piedra angular sobre la cual cimentar su ontología.
Por eso decidió consultar al vidente. Alguien le había hablado de él o quizás había visto su nombre escrito en alguna parte o leído acerca de sus habilidades en algún otro lugar. Más bien, había sido la combinación de varias alusiones ciertas e inciertas lo que terminó de convencerla. Lucía aún no había entendido que la mente astuta tiene formas de escabullir sus intenciones para hacerlos visibles en escenas de la vida cotidiana que los inocentes interpretan como buenos augurios o sentencias de la divina providencia. Así fue como, creyéndose empujada por el unívoco destino, se encaminó hacia la casa del vidente. Llamó a su puerta, y un hombre de rasgos orientales la recibió con una sonrisa tan diáfana que no hicieron falta las palabras. Le indicó, sin hablar, que esperara en una sala y luego se retiró, con pasos largos y sin dejar de sonreír. Tenía un caminar majestuoso, como si soportara en sus espaldas toda la belleza del mundo. El vidente la recibió unos minutos después. Era un hombre de mediana edad, también oriental y poseedor de una cualidad silente. Se sentó detrás de un amplio escritorio, luego de ofrecerle asiento en una silla antigua que emitía leves quejidos ante el menor movimiento. La distancia que imponía ese anacrónico escritorio le produjo una sensación de absurdo impostergable.

Pero luego el vidente habló. Le ofreció agua y su voz era como el agua, como una marea suave golpeando a sus oídos. Lucía bebió un sorbo y sintió la marea recorrer su cuerpo por dentro, olas que jugaban en su vientre, espuma de mar escapándose por sus dedos. Respiró profundo, como cuando la marea se retira de la playa hacia las profundidades del mar, y empezó a hablar. El vidente escuchaba con atención desmesurada. Ella nunca sabrá qué dijo, pero él lo entendió a la perfección. Se levantó y caminó hacia ella. Puso sus manos sobre los ojos de Lucía y le dijo:

-         Los ojos recuerdan todo lo que ven, en el mundo real e imaginario.

Sentía el calor de sus manos abrigándole los ojos, mientras la marea se debatía tranquilamente en su interior. El vidente continuó vertiendo sus cantos de agua y Lucía se embarcó en un sopor profundo.
Las imágenes comenzaron, algo difusas, a proyectarse en el interior de sus párpados. Veía una playa y dos niñas jugando, solitarias. Debía haber sido invierno, a juzgar por las ropas pesadas y el viento que se arremolinaba con fuerza sobre las aguas. Una de las nenas llevaba un moño azul en su cabello. Ese moño azul era su preferido, Lucía lo recordaba ahora con toda claridad. La otra niña había sido su amiga, pero no podía recordar su nombre. Cada una andaba ensimismada descubriendo los objetos que la playa ofrecía en su ir y venir de olas. Lucía veía las imágenes diluirse entre colores azules y violetas, como una fotografía fuera de foco, estampas de otra época. Pero el silencio era indudable. El silencio estaba presente en esa escena y también ahora, en la oficina del vidente. Un silencio nítido y cruel, que parecía agazaparse detrás de las olas. Las nenas jugaban tranquilamente, sin advertir el peligro que las acechaba. Entonces, Lucía comenzó a repasar mentalmente todas esas palabras oscuras que los padres repiten constantemente acerca del mar y sus artimañas. La preocupación se adueñó de ella por primera vez. Había vivido todos sus cortos años junto a esa playa y el miedo del mar nunca la había alcanzado. Hasta ese momento.
El alma es cobarde, está muy plácida cuando el cuerpo es plácido, pero en cuanto percibe una amenaza busca huir, dejar el cuerpo atrás, como la mariposa que abandona su capullo. Pero entonces el cuerpo se rebela.

Aquella tarde nefasta, ella abrió su boca para advertirle a Clara sobre la sombra amenazadora, pero no pudo emitir sonido. Fue como si hubiese tragado ese silencio enorme. Como si ese silencio sigiloso, tras el cual se ocultaba la ola,  la hubiese colmado, dejándola muda e incierta. La ola engulló a Clara, con toda certeza. Ése era su nombre: Clara. El alma de Clara era fiel a su nombre y quería ser uno con aquella ola.

Cuando Lucía despertó de su epifanía, sentía ganas de vomitar. La náusea le sobrevenía, profunda e implacable, de algún lugar desconocido de su interior. Sin embargo, repetía los gestos sin conseguir vomitar. Tosía con esfuerzo, abría su boca y sólo emitía silencio. Entonces comprendió. Estaba deshaciéndose por fin del silencio que la había invadido aquella tarde olvidada.
El vidente la miraba complacido.

domingo, 3 de junio de 2012

Breve e inútil

En mi infierno personal, todas las canillas gotean, todas las luces están encendidas y los sentidos no se pueden apagar.
Las manos siempre tiemblan y todo lo que escucho es un halago repetido que no puedo aceptar.

domingo, 6 de mayo de 2012


Yo no fumo, papá, le dije, mientras salía de la habitación que hedía a humo y en pocos minutos se había esparcido a toda la casa. Mi viejo recorría el cuarto, desconcertado, soltando frases inconexas, espiando en los armarios, etc. ¿Dónde lo pusiste?, me dice, ¿qué cosa? yo no fumo, pá, cómo voy a fumar, debe ser otra cosa, la estufa, no sé. ¿Cómo va a ser la estufa? La estufa no larga ese olor, ¿no sabés lo mal que te hace fumar?, etc.
Yo no fumo, papá – repito, y me aferro a esas palabras como a un mantra, o un escudo. Le doy vuelta la cara discretamente y me voy a hacer alguna otra cosa. La negación se ha hecho carne y milagro, como en el evangelio. Aún lo escucho caminar con pasos cansados, anticipando la derrota, sabiendo que no podrá arrancarme una palabra más. Lo recuerdo luego tratando de iniciar una conversación, torpemente, preguntando algo cuya respuesta conoce de antemano, con la sola intención de hacerme hablar o quizás convencerme de que lo haga partícipe de mi vida secreta. Pero ¿de qué vida estamos hablando? A esto no puede llamársele vida, papá, esto es solamente lo que hago para sacarme de encima todo lo que me inculcaste, como si desenvolviera lentamente una madeja enredada, como si buscara retroceder mis pasos a algún punto en que me perdí de vista. Esta negación es la cáscara que dejo atrás, el doppelgänger de mi vida pasada. De cualquier modo, vivimos, morimos muchas vidas, papá, y también los restos que alguna vez fuimos son capaces de continuarnos, mal que nos pese. Así que acá dejo este no encarnado, detrás no hay nada más que fórmulas que se repiten, pero ¡cuánto se asemejan a una existencia real!.
Yo no fumo, papá, le digo, y lo veo volver mansamente a mirar la televisión.

miércoles, 14 de marzo de 2012

Críptico


¿Cómo explicarlo? Soñé (dormida o despierta, no lo recuerdo) que las palabras formaban huecos en el espacio-tiempo y tenían otro significado. Mientras trato de relatar esto, no puedo desprender de mis retinas la imagen del árbol que veo por la ventana de mi cuarto y sus ramas agitadas por el viento. Ahí estaba cuando empecé a escuchar las voces, subiendo por entre las hojas, mezcladas con los ruidos de la calle. No alcanzaba a oír la conversación, pero sus silencios me hablaban en un idioma gutural. Por momentos, era como si las palabras fueran divididas clínicamente en pedazos y tanto sus sílabas como los espacios entre ellas formaran parte de un nuevo lenguaje, junto también con los sonidos de las cosas naturales, artificiales e imaginarias. Y esas nuevas palabras (si así cabe denominarlas) penetraban todas las dimensiones del espacio-tiempo hasta los orígenes de la historia, el universo o lo que sea que nos contiene, para acercarme su sentido primigenio y nefasto. Así fui y volví, tratando de componer mapas de lo audible y lo no audible, dejando que su rastro me lleve atravesando las cuerdas hasta el origen o el final (si los hay, seguramente son lo mismo).
No puedo reproducir lo que escuché, porque haría falta expresarlo con esos mismos símbolos y lamentablemente no puedo jactarme de haber aprendido a utilizarlos en los pocos minutos que duró este ensueño. Pero hay un entendimiento en el fondo de mi conciencia y es algo así: la vida es sólo en este mundo y no por mucho tiempo.


domingo, 4 de marzo de 2012

Orgasmo de dolor

Quisiera contarte sobre la primera vez que lloré con una película. Recuerdo que estaba con mis padres y mi madre, insospechadamente (porque ella es la más emotiva de la familia, siempre callada y sumisa esperando el gesto tibio que no llegará), me preguntaba "por qué llorás?", y yo no podía responderle, deshecha en lágrimas como estaba, fuera de la lógica, trasunta de emociones desconocidas para mí en ese entonces. No sé qué edad tendría. Y mi padre, insospechadamente (porque de él heredé mi rostro serio y mantener la compostura en todas las circunstancias), diciéndole algo como, "pero cómo no va a llorar, no te das cuenta...", etc.
Hoy escucho esa canción y siento un perfecto orgasmo de dolor, se me corta la respiración y lloro por lo conocido y lo desconocido, lloro mientras la mente se me puebla de imágenes, sollozo y jadeo como si fuera amada, presa de la maldita nostalgia de lo no vivido. En la calle, hay gente que grita por algún partido de fútbol o alguna circunstancia que no alcanzo a comprender, pero siento que están en armonía con estas notas de dolor que recorren mi cuerpo, envolviéndome por completo, dejándome absurda y marchita en algún rincón de mi conciencia.
Y lo más triste de todo, es que nunca voy a poder contártelo.

miércoles, 29 de febrero de 2012

Oda a la mierda



"Si hasta hace poco la palabra mierda se reemplazaba en los libros por puntos suspensivos, no era por motivos morales. ¡No pretenderá usted afirmar que la mierda es inmoral! El desacuerdo con la mierda es metafísico. El momento de la defecación es una demostración cotidiana de lo inaceptable de la Creación. Una de dos: o la mierda es aceptable (¡y entonces no cerremos la puerta del water!), o hemos sido creados de un modo inaceptable. / De eso se desprende que el ideal estético del acuerdo categórico con el ser es un mundo en el que la mierda es negada y todos se comportan como si no existiese." (Milan Kundera)

La vida, nuestra humanidad, depende en su totalidad de la mierda, de las excrecencias que se suceden continuamente en un juego absurdo, inacabable de la existencia. La mierda sagrada que nos produce repugnancia es la base de la creación, el maná sagrado que tanto buscaban los elegidos.
La mierda es sagrada y ante ella deberíamos postrarnos en reconocimiento a sus bondades divinas. Mierda que evitamos pero que en todas partes encontramos. Mierda sin altar como dios sin devotos, aquella que un día nos cobrará con creces nuestros olvidos, mierda que envilecemos y agraviamos en nuestro loco intento de parecernos a los dioses.
Mierda sagrada que todo lo puedes, que sobrepasas en importancia a todo lo existente y que sin embargo continuamente te evitamos. La vida empieza con la mierda, se mantiene y se sucede. Mierda santa que estás en nuestros intestinos, bendita sea tu descendencia, venga a nosotros tus favores, hágase en la tierra como en nuestro culo, no seas nunca nuestra tentación, sino nuestra realidad más auténtica y flagrante. Mierda santa que nos tiranizas cada día, que al fin entendamos que tú eres la vida y que en ti nacen nuestras resurrecciones.

miércoles, 1 de febrero de 2012

La conciencia del derroche


Hoy me senté debajo de la ducha como hacía cuando era chica y quería hablar con Dios. Siempre elegí los lugares y momentos más inusuales para hablar con Dios. Por ejemplo, también recuerdo que uno de los momentos de más íntima comunión divina era cuando me hamacaba en el patio de mi casa (Nostalgia de esa fe ingenua y pulcra, sin sombra de duda. Una fe-contacto, tan real como el aire que impulsaba la hamaca). Me hamacaba y cantaba canciones acerca de la bondad de Dios, de la salvación a través del sacrificio, de la certeza de una sobrevida gloriosa. Cuando era chica, tampoco tenía conciencia del derroche. Hoy pienso que no se debe malgastar el agua, que a la ducha corresponde sólo el tiempo necesario para la higiene y después salir a enfrentar el podrido mundo otra vez. Pero el tiempo se me hace largo, porque el tiempo es relativo, ciertamente (cómo pudimos dudarlo, cómo pudimos ignorarlo hasta que la ciencia nos plantó esa certeza en la cara en base a formulaciones matemáticas y teorías incompensibles). El tiempo se alarga cuando uno no sabe qué hacer de esta vida precaria, cuando uno sólo espera una muerte callada. Entonces pienso en el derroche: del agua, del tiempo, de la luz, del dinero, de mi moderada belleza (cuánta contradicción)
Pero hoy me senté en la ducha y dejé que el agua se vuelque mordaz sobre mi cuerpo. Como un grito de espanto, como una rebelión ahogada. Y no sé si hablé con Dios, o quizás invoqué su nombre en algún eco de mi conciencia. Más bien abrazé mi cuerpo, aplasté las gotas en mi piel mojada y mordí tristemente mis brazos, piernas (¿Es que nadie quiere esto? Entonces, ¿nadie?). Más bien dejé que el calor me transforme en una masa informe y cansada, que luego...

                                                                     ****

"Tocamos instrumentos para la ciega cólera
de sombras y sombreros olvidados. Nos quedamos
con los presentes ordenados en una mesa inútil,
y fue preciso beber la sidra caliente
en la vergüenza de la medianoche.
Entonces, ¿nadie quiere esto,
nadie?"
 
Cortázar

lunes, 16 de enero de 2012

Banco de plaza


Un cuerpo de oficinista como un derrumbe sobre un banco de plaza. Las carnes se desparraman como exigiendo ser liberadas de su absurda cárcel, la cabeza busca dejar de guiar la monotonía de unos pasos ahogados por la responsabilidad y la culpa. Augusto respira con todas sus fuerzas y aún así, sus pulmones no están satisfechos, parecen demandar más aire del que su nariz es capaz de proveer. Mientras tanto, los niños corretean a las palomas y los rayos de un sol tardío lo sorprenden a sus espaldas. Enfrente, pero a cierta distancia, otro hombre ocupa otro banco de plaza. Su cabellera vestida de gris y su pose imperturbable le indican que probablemente dispone de más tiempo del que quisiera. Augusto se imagina qué triste espectáculo estará ofreciendo ante un hombre ajeno a los rigores del trabajo: un hombre de familia y oficina, vestido con el riguroso traje,  aplastado en una plaza cualquiera, casi jadeante, con la mirada perdida en sí mismo. De pronto, el hombre empieza a moverse, en un torpe y lentísimo intento por levantarse. Augusto lo mira y repasa cada una de sus maniobras, cada pequeña convulsión de los músculos, pensando quizás que, puesto a enumerar cada una de las infinitesimales contorsiones del cuerpo, podría detener el tiempo.
El hombre avanza hacia donde Augusto está sentado. Las madres siguen absortas en la vigilancia de sus pequeños, absortos a su vez en las más ridículas ocupaciones. Antes de que pueda salir de estas reflexiones, el hombre mayor está sentado a su lado.
-          Me llamo Miguel, y usted?
-          Augusto - contesta sin ganas pero con la cortesía obligada por las buenas costumbres-
-          Mucho gusto. A usted le gustan los gatos? A mi mujer le encantaban los gatos, teníamos varios en casa. A los gatos no les gustan las plazas, quizás porque son espacios sociales y los gatos son seres individualistas…o quizás porque en las plazas hay perros – formula y reformula su hipótesis ante la mirada vacía de Augusto.
-          Desde que falleció mi mujer pienso que debería deshacerme de los gatos, pero no encuentro el valor. Además, creo que ellos saben y por eso se quedan agazapados en los rincones oscuros de la casa para asustarme con esos malditos ojos.
Augusto abre la boca para decir algo, titubea, parece haber olvidado cómo hablar. Miguel lo observa extrañado y sigue diciendo:
-          A veces pienso que la única razón por la que recuerdo a mi mujer es por esos gatos. Todo lo demás parece haber desaparecido, me entiende? Mejor dicho, parece no haber existido nunca. Toda nuestra vida juntos, el romance, la costumbre, las peleas…es como si todo hubiese sido chupado por el vacío. Entonces me parece como si alguien más hubiese vivido esa historia, no yo.
-          A veces quisiera que mi vida fuera chupada por el vacío – agrega Augusto, por lo bajo, con tono melancólico.
-          Es algo extraño…se supone que cuando uno pierde a un ser querido, vive poblado de esos recuerdos, como ecos distantes pero indudables de lo que fue la vida conjunta. A mí no me pasa eso, todo lo contrario: cada vez estoy más convencido de que esa vida no fue mía. Usted perdió a alguien cercano alguna vez? 
 -      No, yo…
-          A mí me costó aceptarlo – interrumpe Miguel-, pero desde que supe que mi vida conyugal fue una mentira, me juré nunca volver a tener ni mujer ni gatos. Tengo que deshacerme de esos gatos. Usted no los quiere?
-          No – categórico.
-          Entonces, usted querría tener sexo conmigo? Supongo que si no voy a tener mujer, tendría que tener un hombre, no le parece razonable?
-          Si, quizás…
La plaza estaba casi a oscuras. Las madres responsables ya habían retirado a sus críos; sólo quedaban algunas personas paseando a sus perros o fumando en algún banco solitario. A Augusto le tranquilizó ver que todavía existía una vida normal a la que volver, fuera de esta conversación extraordinaria. Se había reincorporado y levantado para irse, cuando se sorprendió volviendo la cabeza hacia Miguel para repetir:
-          Si, quizás…

Zombie

De todas las personas que me han ofrecido amor en estos años, a ninguna pude corresponder.
¡Cómo quisiera amar a alquien que me ama!, ahora mismo, en este preciso instante. Quisiera salir de mi casa, corriendo a su encuentro y decirle: "Si me amás, yo te amo". Olvidar a la vieja Penélope, siempre pendiente de ensueños lejanos e imposibles. Imposibles porque están fuera de la lógica del discurso, y estas letras perdidas nunca podrían tocarlos.
Quisera dejar toda la conciencia atrás. Para eso, antes de abrir la puerta de mi casa, dejaría mi cerebro en la heladera, cómodamente alojado en el cajón de las frutas, y así me iría, como zombie, a buscarte. Y te diría: "Si me amás, yo te amo". Y se me caerían algunas lágrimas pesadas, porque el corazón también llora y así se purifica.
Quizás no sea tan mala vida, esto de andar descerebrada. Podría alguna vez, abrir la heladera y gritarle a todos mis amores imaginarios, que se pudran!. A todos mis miedos, que se pudran. A todas las obligaciones, a la música y a la poesía, que se pudran en el cajón, junto a las mandarinas que se achicharan por la desidia.
Pero olvido que entonces tampoco podría recurrir al lenguaje. Ni a los recuerdos. Una vez que salga de mi casa, ya no recordaré adonde vivo, quiénes son mis padres ni cuándo vencen las expensas. Pero tendría un amor. Porque para amar sólo hace falta un cuerpo.

viernes, 6 de enero de 2012

Apostasía


Ojalá que sigas negándome el amor, ojalá que sigas colmando mis días de ilusiones baratas y remedios caseros. Ojalá que no te de vergüenza verme excitada por la posibilidad, sabiendo de antemano que estaré mordiendo el polvo de la desilusión poco tiempo después. Quiero que me veas, desnuda, anhelante, cuando no encuentro sosiego y el mundo gira vertiginoso dentro de mi mente, y me río y bailo y me embriago. Quiero que veas también esta callada resignación, esta muerte súbita, estas lágrimas petrificadas en el interior de mis párpados.
Ojalá que sigas deteniendo mis días en esta absurda incertidumbre, que nunca me des garantías ni explicaciones. Ojalá que nunca me dejes tener lo que quiero.
Así sabré que no te debo nada.