lunes, 16 de enero de 2012

Banco de plaza


Un cuerpo de oficinista como un derrumbe sobre un banco de plaza. Las carnes se desparraman como exigiendo ser liberadas de su absurda cárcel, la cabeza busca dejar de guiar la monotonía de unos pasos ahogados por la responsabilidad y la culpa. Augusto respira con todas sus fuerzas y aún así, sus pulmones no están satisfechos, parecen demandar más aire del que su nariz es capaz de proveer. Mientras tanto, los niños corretean a las palomas y los rayos de un sol tardío lo sorprenden a sus espaldas. Enfrente, pero a cierta distancia, otro hombre ocupa otro banco de plaza. Su cabellera vestida de gris y su pose imperturbable le indican que probablemente dispone de más tiempo del que quisiera. Augusto se imagina qué triste espectáculo estará ofreciendo ante un hombre ajeno a los rigores del trabajo: un hombre de familia y oficina, vestido con el riguroso traje,  aplastado en una plaza cualquiera, casi jadeante, con la mirada perdida en sí mismo. De pronto, el hombre empieza a moverse, en un torpe y lentísimo intento por levantarse. Augusto lo mira y repasa cada una de sus maniobras, cada pequeña convulsión de los músculos, pensando quizás que, puesto a enumerar cada una de las infinitesimales contorsiones del cuerpo, podría detener el tiempo.
El hombre avanza hacia donde Augusto está sentado. Las madres siguen absortas en la vigilancia de sus pequeños, absortos a su vez en las más ridículas ocupaciones. Antes de que pueda salir de estas reflexiones, el hombre mayor está sentado a su lado.
-          Me llamo Miguel, y usted?
-          Augusto - contesta sin ganas pero con la cortesía obligada por las buenas costumbres-
-          Mucho gusto. A usted le gustan los gatos? A mi mujer le encantaban los gatos, teníamos varios en casa. A los gatos no les gustan las plazas, quizás porque son espacios sociales y los gatos son seres individualistas…o quizás porque en las plazas hay perros – formula y reformula su hipótesis ante la mirada vacía de Augusto.
-          Desde que falleció mi mujer pienso que debería deshacerme de los gatos, pero no encuentro el valor. Además, creo que ellos saben y por eso se quedan agazapados en los rincones oscuros de la casa para asustarme con esos malditos ojos.
Augusto abre la boca para decir algo, titubea, parece haber olvidado cómo hablar. Miguel lo observa extrañado y sigue diciendo:
-          A veces pienso que la única razón por la que recuerdo a mi mujer es por esos gatos. Todo lo demás parece haber desaparecido, me entiende? Mejor dicho, parece no haber existido nunca. Toda nuestra vida juntos, el romance, la costumbre, las peleas…es como si todo hubiese sido chupado por el vacío. Entonces me parece como si alguien más hubiese vivido esa historia, no yo.
-          A veces quisiera que mi vida fuera chupada por el vacío – agrega Augusto, por lo bajo, con tono melancólico.
-          Es algo extraño…se supone que cuando uno pierde a un ser querido, vive poblado de esos recuerdos, como ecos distantes pero indudables de lo que fue la vida conjunta. A mí no me pasa eso, todo lo contrario: cada vez estoy más convencido de que esa vida no fue mía. Usted perdió a alguien cercano alguna vez? 
 -      No, yo…
-          A mí me costó aceptarlo – interrumpe Miguel-, pero desde que supe que mi vida conyugal fue una mentira, me juré nunca volver a tener ni mujer ni gatos. Tengo que deshacerme de esos gatos. Usted no los quiere?
-          No – categórico.
-          Entonces, usted querría tener sexo conmigo? Supongo que si no voy a tener mujer, tendría que tener un hombre, no le parece razonable?
-          Si, quizás…
La plaza estaba casi a oscuras. Las madres responsables ya habían retirado a sus críos; sólo quedaban algunas personas paseando a sus perros o fumando en algún banco solitario. A Augusto le tranquilizó ver que todavía existía una vida normal a la que volver, fuera de esta conversación extraordinaria. Se había reincorporado y levantado para irse, cuando se sorprendió volviendo la cabeza hacia Miguel para repetir:
-          Si, quizás…

Zombie

De todas las personas que me han ofrecido amor en estos años, a ninguna pude corresponder.
¡Cómo quisiera amar a alquien que me ama!, ahora mismo, en este preciso instante. Quisiera salir de mi casa, corriendo a su encuentro y decirle: "Si me amás, yo te amo". Olvidar a la vieja Penélope, siempre pendiente de ensueños lejanos e imposibles. Imposibles porque están fuera de la lógica del discurso, y estas letras perdidas nunca podrían tocarlos.
Quisera dejar toda la conciencia atrás. Para eso, antes de abrir la puerta de mi casa, dejaría mi cerebro en la heladera, cómodamente alojado en el cajón de las frutas, y así me iría, como zombie, a buscarte. Y te diría: "Si me amás, yo te amo". Y se me caerían algunas lágrimas pesadas, porque el corazón también llora y así se purifica.
Quizás no sea tan mala vida, esto de andar descerebrada. Podría alguna vez, abrir la heladera y gritarle a todos mis amores imaginarios, que se pudran!. A todos mis miedos, que se pudran. A todas las obligaciones, a la música y a la poesía, que se pudran en el cajón, junto a las mandarinas que se achicharan por la desidia.
Pero olvido que entonces tampoco podría recurrir al lenguaje. Ni a los recuerdos. Una vez que salga de mi casa, ya no recordaré adonde vivo, quiénes son mis padres ni cuándo vencen las expensas. Pero tendría un amor. Porque para amar sólo hace falta un cuerpo.

viernes, 6 de enero de 2012

Apostasía


Ojalá que sigas negándome el amor, ojalá que sigas colmando mis días de ilusiones baratas y remedios caseros. Ojalá que no te de vergüenza verme excitada por la posibilidad, sabiendo de antemano que estaré mordiendo el polvo de la desilusión poco tiempo después. Quiero que me veas, desnuda, anhelante, cuando no encuentro sosiego y el mundo gira vertiginoso dentro de mi mente, y me río y bailo y me embriago. Quiero que veas también esta callada resignación, esta muerte súbita, estas lágrimas petrificadas en el interior de mis párpados.
Ojalá que sigas deteniendo mis días en esta absurda incertidumbre, que nunca me des garantías ni explicaciones. Ojalá que nunca me dejes tener lo que quiero.
Así sabré que no te debo nada.