miércoles, 29 de febrero de 2012

Oda a la mierda



"Si hasta hace poco la palabra mierda se reemplazaba en los libros por puntos suspensivos, no era por motivos morales. ¡No pretenderá usted afirmar que la mierda es inmoral! El desacuerdo con la mierda es metafísico. El momento de la defecación es una demostración cotidiana de lo inaceptable de la Creación. Una de dos: o la mierda es aceptable (¡y entonces no cerremos la puerta del water!), o hemos sido creados de un modo inaceptable. / De eso se desprende que el ideal estético del acuerdo categórico con el ser es un mundo en el que la mierda es negada y todos se comportan como si no existiese." (Milan Kundera)

La vida, nuestra humanidad, depende en su totalidad de la mierda, de las excrecencias que se suceden continuamente en un juego absurdo, inacabable de la existencia. La mierda sagrada que nos produce repugnancia es la base de la creación, el maná sagrado que tanto buscaban los elegidos.
La mierda es sagrada y ante ella deberíamos postrarnos en reconocimiento a sus bondades divinas. Mierda que evitamos pero que en todas partes encontramos. Mierda sin altar como dios sin devotos, aquella que un día nos cobrará con creces nuestros olvidos, mierda que envilecemos y agraviamos en nuestro loco intento de parecernos a los dioses.
Mierda sagrada que todo lo puedes, que sobrepasas en importancia a todo lo existente y que sin embargo continuamente te evitamos. La vida empieza con la mierda, se mantiene y se sucede. Mierda santa que estás en nuestros intestinos, bendita sea tu descendencia, venga a nosotros tus favores, hágase en la tierra como en nuestro culo, no seas nunca nuestra tentación, sino nuestra realidad más auténtica y flagrante. Mierda santa que nos tiranizas cada día, que al fin entendamos que tú eres la vida y que en ti nacen nuestras resurrecciones.

miércoles, 1 de febrero de 2012

La conciencia del derroche


Hoy me senté debajo de la ducha como hacía cuando era chica y quería hablar con Dios. Siempre elegí los lugares y momentos más inusuales para hablar con Dios. Por ejemplo, también recuerdo que uno de los momentos de más íntima comunión divina era cuando me hamacaba en el patio de mi casa (Nostalgia de esa fe ingenua y pulcra, sin sombra de duda. Una fe-contacto, tan real como el aire que impulsaba la hamaca). Me hamacaba y cantaba canciones acerca de la bondad de Dios, de la salvación a través del sacrificio, de la certeza de una sobrevida gloriosa. Cuando era chica, tampoco tenía conciencia del derroche. Hoy pienso que no se debe malgastar el agua, que a la ducha corresponde sólo el tiempo necesario para la higiene y después salir a enfrentar el podrido mundo otra vez. Pero el tiempo se me hace largo, porque el tiempo es relativo, ciertamente (cómo pudimos dudarlo, cómo pudimos ignorarlo hasta que la ciencia nos plantó esa certeza en la cara en base a formulaciones matemáticas y teorías incompensibles). El tiempo se alarga cuando uno no sabe qué hacer de esta vida precaria, cuando uno sólo espera una muerte callada. Entonces pienso en el derroche: del agua, del tiempo, de la luz, del dinero, de mi moderada belleza (cuánta contradicción)
Pero hoy me senté en la ducha y dejé que el agua se vuelque mordaz sobre mi cuerpo. Como un grito de espanto, como una rebelión ahogada. Y no sé si hablé con Dios, o quizás invoqué su nombre en algún eco de mi conciencia. Más bien abrazé mi cuerpo, aplasté las gotas en mi piel mojada y mordí tristemente mis brazos, piernas (¿Es que nadie quiere esto? Entonces, ¿nadie?). Más bien dejé que el calor me transforme en una masa informe y cansada, que luego...

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"Tocamos instrumentos para la ciega cólera
de sombras y sombreros olvidados. Nos quedamos
con los presentes ordenados en una mesa inútil,
y fue preciso beber la sidra caliente
en la vergüenza de la medianoche.
Entonces, ¿nadie quiere esto,
nadie?"
 
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