miércoles, 16 de agosto de 2017

Guam


Había llegado el momento. Pasó mucho tiempo ese día tamizando sus pensamientos para llegar a lo irreductible, pero sólo encontró un ruido blanco, un telón de fondo que no dejaba entrever nada. Afuera, las cosas parecían seguir con normalidad, excepto que no se veía a nadie en la calle. Suponía que la gente ya se había ido y los pocos que hubieran quedado estarían también pasando por algún ejercicio similar de meditación, tratando de sacar algún significado a la suma de sus días que concluirían en éste. Le sorprendía que en estos últimos momentos no hubiera tumultos, gente en las calles culpando al gobierno o a dios, gritando, inmolándose o queriendo matar a otros. Cualquier posibilidad parecía más lógica que esta calma imprevista, esta salvaje resignación. Quizás, después de todo, sí había una conciencia en cada una de estas personas, incluso en las más abyectas. O quizás sólo buscaran apartarse y morir en soledad, como los gatos. Como si la muerte fuera algo vergonzoso.

Tenía que hacer esa llamada antes de que se interrumpiera el servicio telefónico. Las cosas estarían aún funcionando por azar, suponía. Qué cosa extraña el funcionamiento del mundo. Hoy hasta había recibido el diario. Instintivamente fue a buscar el horóscopo, como todos los días antes de éste. No había horóscopo. Qué coherente, pensó.
Antes de marcar, se puso a pensar una vez más por qué estaba ahí, por qué había decidido quedarse sola en vez de reunirse con ellos. Trató por última vez de entender algo, pero en su mente sólo había recuerdos entrelazados, sentimentalismo barato y ninguna claridad. Es inútil, se dijo, y llamó a sus padres. La conversación fue breve y tensa. Ellos no entendían tampoco,  sentían lástima. Lástima por ella, lástima por ellos y por cada uno de los otros. No había nada qué decir, el silencio sólo era interrumpido por llantos sofocados.

Pensó luego en llamar a Alvaro, pero ya no quedaban razones para hacer nada. Faltaba poco. Era el final y había sido un privilegio conocer su hora con certeza. Se puso a meditar otra vez, rodeada de un silencio aberrante. Acostumbró sus oídos al silencio, así como sus ojos a la oscuridad de su interior. En el fondo escuchó algunos lamentos muy tenues. Mejor así, esto es más humano, pensó. Era el final y estábamos separados y llenos de recuerdos.