martes, 31 de agosto de 2010

Ampliación del campo de batalla

“Definitivamente, me decía, no hay duda de que en nuestra sociedad el sexo representa un segundo sistema de diferenciación, con completa independencia del dinero; y se comporta como un sistema de diferenciación tan implacable, al menos, como este. Por otra parte, los efectos de ambos sistemas son estrictamente equivalentes. Igual que el liberalismo económico desenfrenado, y por motivos análogos, el liberalismo sexual produce fenómenos de empobrecimiento absoluto. Algunos hacen el amor todos los días; otros cinco o seis veces en su vida, o nunca. Algunos hacen el amor con docenas de mujeres; otros con ninguna. Es lo que se llama la “ley de mercado”. En un sistema económico perfectamente liberal, algunos acumulan considerables fortunas; otros se hunden en el paro y la miseria. En un sistema sexual perfectamente liberal, algunos tienen una vida erótica variada y excitante; otros se ven reducidos a la masturbación y la soledad. El liberalismo económico es la ampliación del campo de batalla, su extensión a todas las edades de la vida y a todas las clases de la sociedad” (Houellebecq)


Sé el primero, diferenciáte, dejá atrás al resto: la vida moderna es un campo de batalla. No sólo nos queman el cerebro con el marketing y los gurúes de la autoayuda, sino que nosotros mismos pensamos de acuerdo a esa lógica perversa: queremos tener las mejores cosas, estar con las mejores personas. Las empresas contratan a los empleados más calificados, las mujeres eligen a los hombres más lindos e inteligentes. Hay demasiadas opciones, demasiados derechos que ejercer.
Yo sólo quisiera experimentar el vacío y despertarme sin saber qué es lindo o feo, qué es primero y último.

lunes, 30 de agosto de 2010

Instrucciones para decir "te quiero"

Concéntrese, pero no lo piense demasiado.
No especule, no haga cálculos probabilísticos ni consulte oráculos.
No se disculpe, que el amor no ofende a nadie.
No deje pasar el tiempo, no ponga excusas, no busque el momento perfecto.
No se declare el fracaso de antemano, ni se pierda en ensoñaciones prematuras.
Sea claro y consecuente, abra su boca y diga: te quiero.
Luego afronte las consecuencias, pero, por el momento, no se olvide de disfrutar la delicada sensación de haber reducido aunque sea un poco la distancia entre su mundo interior y el mundo real.

sábado, 28 de agosto de 2010

La novia errante

A mi novia le gusta desaparecer. No me malinterpreten: no estamos atravesando una crisis, ni nada parecido. Digo que a mi novia siempre le gustó perderse y esto encaja perfectamente con su personalidad, que ya conozco muy bien. La conocí por casualidad una tarde en que había salido a caminar por el parque. Recuerdo que me detuve a observar a una familia que daba de comer a las palomas. Pronto se vieron rodeados de pájaros; algunos hasta se posaban sobre sus hombros y cabezas. El aleteo de las palomas siempre me resultó un poco atemorizante, así que me quedé contemplando de lejos la escena, y entonces la vi. Había abandonado la lectura de un libro para mirar a la familia invadida por los pájaros. En su cara se dibujaba una mueca mezcla de asco y temor. Sonreí al verla porque pude imaginarme que estaba pensando lo mismo que yo. Instintivamente, fui y me senté a su lado. No suelo abordar a desconocidas, pero ese día estaba como poseído por la claridad del aire y los aromas de la tarde. Así fue como empezamos a hablar y desde ese día no dejamos de vernos. Excepto cuando ella desaparecía. Sin mediar conflicto o discusión alguna, pasaban los días y no sabía nada de ella. La llamaba por teléfono y no había respuesta; la buscaba en su casa y nadie atendía. Hablaba con sus amigos e incluso sus pocos familiares, pero nadie sabía nada. Y nadie se preocupaba tampoco: parecía que estos lapsus eran algo como su sello personal. Después de un tiempo, volvía como si nada hubiera pasado. Retomaba nuestra relación como si nos hubiésemos visto el día anterior; hasta incluso recordaba nuestra última conversación y hacía comentarios como quien se queda con algo en la punta de la lengua y llama luego por teléfono para decírtelo. Las primeras veces me extrañaba mucho su comportamiento y trataba de sonsacarle una explicación. Pronto me di cuenta de que no podía: era algo tan natural para ella que no había palabras que traigan luz sobre sus motivaciones. Simplemente levantaba sus hombros con expresión desconcertada y volvía a insistir con la conversación que habíamos dejado inconclusa. Debo decir que soy una persona muy paciente y es casi imposible hacerme enojar. Sabía que todo esto era muy extraño e inaceptable, pero cuando observaba la transparencia de su mirar y su expresión casi suplicante, no podía rehusarme. Así que continuamos con nuestra relación. Cada vez que pensaba en ella, se me venía a la mente el recuerdo de esa tarde en que nos conocimos y todo parecía suspendido en una extraña calma, cálida y ausente de palabras. Esta imagen estaba tan pegada a mi retina que, en las épocas de su ausencia, sólo me bastaba cerrar los ojos para sentirla cerca. Seguro que todo esto te resulta muy raro, pero muchas veces las relaciones humanas se basan en una delicada conjugación de elementos extraños, irrepetibles, que nos subyugan y atan a la persona amada. Así me sentía yo, para qué negarlo: orgulloso de mi novia errante y del absurdo entendimiento que nos unía.
Así que decidimos irnos de vacaciones a la playa. Ella estaba radiante, intoxicada por la brisa del mar y las puestas de sol. Nos divertíamos jugando como dos nenes, retozando bajo el sol y riéndonos de cualquier cosa. Su risa era tan infantil y melodiosa que me recordaba el cantar de los canarios que tenía en mi infancia. Nunca viví días tan hermosos.
Esta madrugada, me desperté sobresaltado, quizás algún mal sueño o una oscura premonición. Me di vuelta hacia su lado y vi que no estaba. La llamé, pero no contestó. Salí a buscarla por la playa, pero estaba demasiado oscuro y no se veía nada. Volví a entrar y me serví media copa de vino para tranquilizarme. No sé por qué, pero esta vez su ausencia es distinta. Cierro los ojos y no puedo ver su imagen sentada en el parque, mirando con desconfianza a las palomas.
De todos modos, la espero.

jueves, 26 de agosto de 2010

Gitana

- Saca un billete y arróllalo en tu mano frente a este huesito santo -le dijo la gitana –.

Empezó a hablarle justo cuando Ella se había sentado cómodamente en un banquito para mirar el mar y comer una breve merienda. Se había encaminado hasta ese lugar casi sin pensarlo, en un arrebato que le había propinado una buena dosis de optimismo. Estaba en ese lugar desconocido cumpliendo con unas obligaciones laborales, así que la posibilidad de disfrutar de un momento agradable robado a la rutina diaria le hacía sonreír por dentro. Buscó un lugar tranquilo, lejos de los transeúntes que iban y venía por la costanera, se sentó y consumió su café, sorbo a sorbo.
Y entonces apareció la gitana. Empezó pidiendo algo que fumar o comer, Ella le dio algo de su merienda porque nunca había sido capaz de negar lo inmediato y hasta le parecía un privilegio poder compartir algo suyo con un extraño (curioso pensamiento). Entonces la gitana le mostró un manojo de cartas gastadas y le pidió que saque una, en agradecimiento. Y Ella lo hizo, arrepintiéndose al instante.

- Esta carta me muestra que eres una persona buena, que tienes un buen trabajo, pero ese dinero que llevas, no es tuyo –dijo-. Hablaba demasiado rápido, Ella estaba confundida.
- Has sufrido muchas decepciones, te han engañado, tienes muchas deudas – continuó la gitana- La gente te envidia, eres linda, te han echado una maldición.

Soltaba todas estas cosas como una catarata, sin dejar de mirarla fijo a los ojos. Ella empezaba a ponerse nerviosa: nunca había considerado a la suerte como un factor que incida en su vida o en sus decisiones, así es que todo esto debería resultarle indiferente y, sin embargo, le producía cierto temor.

- Es que no creo en estas cosas –Ella trató de explicar-. Le agradezco, pero mejor me voy.
- Saca un billete y arróllalo en tu mano frente a este huesito santo – le dijo la gitana, sin escucharla-. Así te vas a sacar esa maldición, porque ese dinero no es tuyo y el dinero es una ilusión.
- No, ya está bien, yo…voy a estar bien…- balbuceaba, mientras se levantaba para irse.
- No me dejes con la suerte a medias, niña, o voy a tener que maldecirte. Toda esta gente te envidia – dijo, señalando a los desconocidos que pasaban por el lugar y ahora la miraban extrañados-. Vas a sufrir y todos se reirán.

Ella ya caminaba dándole la espalda, acelerando el paso por esas calles desconocidas. Se sintió inmediatamente mejor, después de haber salido de ese encuentro desafortunado. Las palabras de la gitana se le arremolinaban en la mente, mezclándose sin sentido. Empezó a deambular sin rumbo, las caras de las personas que veía le resultaban algo siniestras. “Toda esta gente te envidia”, había dicho la gitana.
Después de un rato de andar sumida en sus pensamientos, se dio cuenta de que no sabía dónde estaba. Quiso preguntarle a alguien que pasaba caminando con cierto apuro, pero las palabras salieron atropellándose unas a otras y así también vino la respuesta del desconocido. Esa incomunicación le dejó un sabor amargo en la boca.

- ¿Será que ahora las cosas van a empezar a salir realmente mal? – se preguntó.

Nunca había creído en la suerte ni en la magia, Ella consideraba su vida como una simple consecuencia de sus actos y cobardías. Ahora que lo pensaba, nada malo le había sucedido nunca, pero tampoco nada realmente bueno. Acumulaba muchas esperas y deseos frustrados o incluso nunca expresados, pero la tragedia nunca había llamado a su puerta. Ni tampoco la felicidad.

- Una gitana no puede maldecir a alguien como yo – pensó, casi sin convicción-.

miércoles, 25 de agosto de 2010

Por culpa del día

¿Es posible que exista una distancia considerable entre lo que decido y pienso por la noche y lo que considero a la luz del día? Siempre me parece que el día pone un velo a mis pensamientos, mientras la noche me vuelve más lúcida y determinada. Y más aún, el día hace que muchas de las cosas que pensé durante la noche me resulten absurdas e impracticables.
Creo firmemente que si viviera sólo de noche estaría mucho más entera y amiga de mis contradicciones. Pero no, el día es demasiado claro, demasiado implacable...
Lo peor de todo es que amo tanto el sol! cierro los ojos y disfrutos esos colores anarajados que nacen en un rincón de mi retina y se extienden proyectándose en el interior de mis párpados...
Así nunca voy a conseguir reconciliarme conmigo misma, por culpa del día.

martes, 24 de agosto de 2010

Conversaciones que nunca tendré - volumen I

Hola! llamaba para dedicar este tema a (inserte aquí el nombre de quien se de por aludido), gracias! la radio está buenísima...



But you've got me down hearted, 'cause I can't get started...