miércoles, 24 de junio de 2009

¿Quién me ha robado el mes de abril?

Sí, nunca pensé que me pasaría, pero debo reconocerlo: estoy obsesionada con mi edad. En rigor de verdad, no me interesa la acumulación de años que denota mi fecha de nacimiento, sino me preocupa que el transcurso del tiempo no traiga lo que espero. Entonces, ese desbalanceo me genera ansiedad: saber que cuento con x cantidad de años y esa cantidad no es equivalente o directamente proporcional a aquellas cosas que quisiera tener o ser (qué equivalencia reprochable acabo de cometer). Debería profundizar en esos "faltantes", porque se sabe que gran parte de ellos son convencionalismos que me impongo por mi enfermizo concepto del deber, la imposición social y etcéteras.


El punto es que últimamente me veo tratando de acortar distancias con las nuevas generaciones: frecuento círculos de gente menor que yo y trato de decirme a mi misma que no importa la edad que acuse el documento, sino la edad con que me califico a mí misma (y si contamos en base a mi desarrollo emocional, soy prácticamente púber), que el resto son prejuicios, etc, etc. Es evidente que mi poder de autoconvencimiento es bastante pobre, si no, no estaría escribiendo estas reflexiones.

Me pregunto adónde se fueron mis 20 y pico: en qué invertí esos años, qué debería haber hecho con ellos. Tantos libros quemados en la hoguera de las vanidades, tanta tarde invertida en quimeras, tanta cobardía. Me pregunto si mi andar errático cobrará sentido algún día, ante alguna clarividencia final. Citando a Auster: "Se preguntaba qué aspecto tendría el mapa de todos los pasos que había dado en su vida y qué palabra se escribiría con ellos"

Sí, me pintó el viejazo. Y todo esto para confesar, amargamente, que me gusta un pendejo.

A propósito de la fascinación por las palabras

"Añoramos un lenguaje más primitivo que el nuestro. Los antepasados hablan de una época donde las palabras se extendían con la serenidad de la llanura. Era posible seguir el rumbo y vagar durante horas sin perder el sentido porque el lenguaje no se bifurcaba y se expandía y se ramificaba hasta convertirse en este río donde están todos los cauces y donde nadie puede vivir porque nadie tiene patria. El insomnio es la gran enfermedad de la nación. El rumor de las voces es continuo y sus cambios suenan noche y día. Parece una turbina que marcha con el alma de los muertos dice el viejo Berenson. No hay lamentos, sólo mutaciones interminables y significaciones perdidas. Virajes microscópicos en el corazón de las palabras. La memoria está vacía porque uno olvida siempre la lengua en la que ha fijado los recuerdos."

"El carácter inestable del lenguaje define la vida en la isla. Nunca se sabe con qué palabras serán nombrados en el futuro los estados presentes. A veces llegan cartas escritas con signos que ya no se comprenden. A veces un hombre y una mujer son amantes apasionados en una lengua y en otra son hostiles y casi desconocidos. Grandes poetas dejan de serlo y se convierten en nada y en vida ven surgir otros clásicos (que también son olvidados). Todas las obras maestras duran lo que dura la lengua en la que fueron escritas. Sólo el silencio persiste, claro como el agua, siempre igual a sí mismo"

Ricardo Piglia - La isla

Fascinación por las palabras

Hace poco enumeré 7 cosas raras acerca de mí y no sé cómo pude olvidar esta: mi fascinación por el lenguaje - las palabras y la distancia entre ellas y el mundo. Auster es un especialista en estos temas y él decía, a través de uno de sus personajes, cuando éste tuvo que traducir el mundo visible a palabras para ilustrárselo a un no vidente, que entonces pudo percibir la real distancia entre los pensamientos y las palabras, how far a thing must travel to get from one place to another.
Supongo que siempre me sentí atrapada por las palabras, como si fueran una especie de capa que me separa de la realidad del mundo. No puedo tocar el mundo si no es a través de las palabras. De alguna manera, el mundo es incognoscible para mí hasta que desciende a mi boca y se transforma en lenguaje. Me asusta pensar que esto sea asi. Cuantas cosas se pierden en el camino, cuantos pensamientos no caben en esas convenciones idiomáticas y quedan excluidos, amorfos, intangibles.
También pienso que mi amor por las palabras es una cuestión de estética, de fascinación por lo bello y lo sublime (Kant?): la cadencia de las palabras, las imágenes que suscitan, los recuerdos que moldean...

No tengo ganas de darle forma a este texto (normalmente, releería las frases, verificaría las citas, etc). Esta vez no quiero ser esclava de las palabras.

domingo, 21 de junio de 2009

Lazos de familia


Somos gente tan gris. Nos falta sangre, ruido, voluptuosidad. Siempre tan llenos de reproches silentes, midiéndonos, controlándonos, viendo el propio prejuicio reflejado en la mirada del otro. Frío, palabras demoradas, deseos insatisfechos por todas partes, decoro y ataduras. Cuanta basura, qué falta de respeto a la vida. Ciertamente, no somos lo que soñaba la madre naturaleza al ponernos amablemente sobre la tierra (guiño a Dostoievski). Lo peor es que no hay escapatoria: siempre seré la hija, ellos siempre serán los padres.

miércoles, 10 de junio de 2009

El vino es mi amigo

Oh si, ver el mundo a través de una membrana lo suficientemente gruesa como para saberme recluida fuera de él, escuchar mi propia voz resonando en mis oídos como si no estuviera saliendo de mi propia boca. Las ganas de reír sin motivo, reírme de todos y de mi misma, con esa especie de goce secreto de pensar que nadie lo entendería, aunque nadie lo sabrá. Mirar a los ojos, sin prejuicios, sin reparos. No medir, ni controlar, ni desmenuzar. Nirvana.

Salud!