miércoles, 14 de marzo de 2012

Críptico


¿Cómo explicarlo? Soñé (dormida o despierta, no lo recuerdo) que las palabras formaban huecos en el espacio-tiempo y tenían otro significado. Mientras trato de relatar esto, no puedo desprender de mis retinas la imagen del árbol que veo por la ventana de mi cuarto y sus ramas agitadas por el viento. Ahí estaba cuando empecé a escuchar las voces, subiendo por entre las hojas, mezcladas con los ruidos de la calle. No alcanzaba a oír la conversación, pero sus silencios me hablaban en un idioma gutural. Por momentos, era como si las palabras fueran divididas clínicamente en pedazos y tanto sus sílabas como los espacios entre ellas formaran parte de un nuevo lenguaje, junto también con los sonidos de las cosas naturales, artificiales e imaginarias. Y esas nuevas palabras (si así cabe denominarlas) penetraban todas las dimensiones del espacio-tiempo hasta los orígenes de la historia, el universo o lo que sea que nos contiene, para acercarme su sentido primigenio y nefasto. Así fui y volví, tratando de componer mapas de lo audible y lo no audible, dejando que su rastro me lleve atravesando las cuerdas hasta el origen o el final (si los hay, seguramente son lo mismo).
No puedo reproducir lo que escuché, porque haría falta expresarlo con esos mismos símbolos y lamentablemente no puedo jactarme de haber aprendido a utilizarlos en los pocos minutos que duró este ensueño. Pero hay un entendimiento en el fondo de mi conciencia y es algo así: la vida es sólo en este mundo y no por mucho tiempo.


domingo, 4 de marzo de 2012

Orgasmo de dolor

Quisiera contarte sobre la primera vez que lloré con una película. Recuerdo que estaba con mis padres y mi madre, insospechadamente (porque ella es la más emotiva de la familia, siempre callada y sumisa esperando el gesto tibio que no llegará), me preguntaba "por qué llorás?", y yo no podía responderle, deshecha en lágrimas como estaba, fuera de la lógica, trasunta de emociones desconocidas para mí en ese entonces. No sé qué edad tendría. Y mi padre, insospechadamente (porque de él heredé mi rostro serio y mantener la compostura en todas las circunstancias), diciéndole algo como, "pero cómo no va a llorar, no te das cuenta...", etc.
Hoy escucho esa canción y siento un perfecto orgasmo de dolor, se me corta la respiración y lloro por lo conocido y lo desconocido, lloro mientras la mente se me puebla de imágenes, sollozo y jadeo como si fuera amada, presa de la maldita nostalgia de lo no vivido. En la calle, hay gente que grita por algún partido de fútbol o alguna circunstancia que no alcanzo a comprender, pero siento que están en armonía con estas notas de dolor que recorren mi cuerpo, envolviéndome por completo, dejándome absurda y marchita en algún rincón de mi conciencia.
Y lo más triste de todo, es que nunca voy a poder contártelo.

miércoles, 29 de febrero de 2012

Oda a la mierda



"Si hasta hace poco la palabra mierda se reemplazaba en los libros por puntos suspensivos, no era por motivos morales. ¡No pretenderá usted afirmar que la mierda es inmoral! El desacuerdo con la mierda es metafísico. El momento de la defecación es una demostración cotidiana de lo inaceptable de la Creación. Una de dos: o la mierda es aceptable (¡y entonces no cerremos la puerta del water!), o hemos sido creados de un modo inaceptable. / De eso se desprende que el ideal estético del acuerdo categórico con el ser es un mundo en el que la mierda es negada y todos se comportan como si no existiese." (Milan Kundera)

La vida, nuestra humanidad, depende en su totalidad de la mierda, de las excrecencias que se suceden continuamente en un juego absurdo, inacabable de la existencia. La mierda sagrada que nos produce repugnancia es la base de la creación, el maná sagrado que tanto buscaban los elegidos.
La mierda es sagrada y ante ella deberíamos postrarnos en reconocimiento a sus bondades divinas. Mierda que evitamos pero que en todas partes encontramos. Mierda sin altar como dios sin devotos, aquella que un día nos cobrará con creces nuestros olvidos, mierda que envilecemos y agraviamos en nuestro loco intento de parecernos a los dioses.
Mierda sagrada que todo lo puedes, que sobrepasas en importancia a todo lo existente y que sin embargo continuamente te evitamos. La vida empieza con la mierda, se mantiene y se sucede. Mierda santa que estás en nuestros intestinos, bendita sea tu descendencia, venga a nosotros tus favores, hágase en la tierra como en nuestro culo, no seas nunca nuestra tentación, sino nuestra realidad más auténtica y flagrante. Mierda santa que nos tiranizas cada día, que al fin entendamos que tú eres la vida y que en ti nacen nuestras resurrecciones.

miércoles, 1 de febrero de 2012

La conciencia del derroche


Hoy me senté debajo de la ducha como hacía cuando era chica y quería hablar con Dios. Siempre elegí los lugares y momentos más inusuales para hablar con Dios. Por ejemplo, también recuerdo que uno de los momentos de más íntima comunión divina era cuando me hamacaba en el patio de mi casa (Nostalgia de esa fe ingenua y pulcra, sin sombra de duda. Una fe-contacto, tan real como el aire que impulsaba la hamaca). Me hamacaba y cantaba canciones acerca de la bondad de Dios, de la salvación a través del sacrificio, de la certeza de una sobrevida gloriosa. Cuando era chica, tampoco tenía conciencia del derroche. Hoy pienso que no se debe malgastar el agua, que a la ducha corresponde sólo el tiempo necesario para la higiene y después salir a enfrentar el podrido mundo otra vez. Pero el tiempo se me hace largo, porque el tiempo es relativo, ciertamente (cómo pudimos dudarlo, cómo pudimos ignorarlo hasta que la ciencia nos plantó esa certeza en la cara en base a formulaciones matemáticas y teorías incompensibles). El tiempo se alarga cuando uno no sabe qué hacer de esta vida precaria, cuando uno sólo espera una muerte callada. Entonces pienso en el derroche: del agua, del tiempo, de la luz, del dinero, de mi moderada belleza (cuánta contradicción)
Pero hoy me senté en la ducha y dejé que el agua se vuelque mordaz sobre mi cuerpo. Como un grito de espanto, como una rebelión ahogada. Y no sé si hablé con Dios, o quizás invoqué su nombre en algún eco de mi conciencia. Más bien abrazé mi cuerpo, aplasté las gotas en mi piel mojada y mordí tristemente mis brazos, piernas (¿Es que nadie quiere esto? Entonces, ¿nadie?). Más bien dejé que el calor me transforme en una masa informe y cansada, que luego...

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"Tocamos instrumentos para la ciega cólera
de sombras y sombreros olvidados. Nos quedamos
con los presentes ordenados en una mesa inútil,
y fue preciso beber la sidra caliente
en la vergüenza de la medianoche.
Entonces, ¿nadie quiere esto,
nadie?"
 
Cortázar

lunes, 16 de enero de 2012

Banco de plaza


Un cuerpo de oficinista como un derrumbe sobre un banco de plaza. Las carnes se desparraman como exigiendo ser liberadas de su absurda cárcel, la cabeza busca dejar de guiar la monotonía de unos pasos ahogados por la responsabilidad y la culpa. Augusto respira con todas sus fuerzas y aún así, sus pulmones no están satisfechos, parecen demandar más aire del que su nariz es capaz de proveer. Mientras tanto, los niños corretean a las palomas y los rayos de un sol tardío lo sorprenden a sus espaldas. Enfrente, pero a cierta distancia, otro hombre ocupa otro banco de plaza. Su cabellera vestida de gris y su pose imperturbable le indican que probablemente dispone de más tiempo del que quisiera. Augusto se imagina qué triste espectáculo estará ofreciendo ante un hombre ajeno a los rigores del trabajo: un hombre de familia y oficina, vestido con el riguroso traje,  aplastado en una plaza cualquiera, casi jadeante, con la mirada perdida en sí mismo. De pronto, el hombre empieza a moverse, en un torpe y lentísimo intento por levantarse. Augusto lo mira y repasa cada una de sus maniobras, cada pequeña convulsión de los músculos, pensando quizás que, puesto a enumerar cada una de las infinitesimales contorsiones del cuerpo, podría detener el tiempo.
El hombre avanza hacia donde Augusto está sentado. Las madres siguen absortas en la vigilancia de sus pequeños, absortos a su vez en las más ridículas ocupaciones. Antes de que pueda salir de estas reflexiones, el hombre mayor está sentado a su lado.
-          Me llamo Miguel, y usted?
-          Augusto - contesta sin ganas pero con la cortesía obligada por las buenas costumbres-
-          Mucho gusto. A usted le gustan los gatos? A mi mujer le encantaban los gatos, teníamos varios en casa. A los gatos no les gustan las plazas, quizás porque son espacios sociales y los gatos son seres individualistas…o quizás porque en las plazas hay perros – formula y reformula su hipótesis ante la mirada vacía de Augusto.
-          Desde que falleció mi mujer pienso que debería deshacerme de los gatos, pero no encuentro el valor. Además, creo que ellos saben y por eso se quedan agazapados en los rincones oscuros de la casa para asustarme con esos malditos ojos.
Augusto abre la boca para decir algo, titubea, parece haber olvidado cómo hablar. Miguel lo observa extrañado y sigue diciendo:
-          A veces pienso que la única razón por la que recuerdo a mi mujer es por esos gatos. Todo lo demás parece haber desaparecido, me entiende? Mejor dicho, parece no haber existido nunca. Toda nuestra vida juntos, el romance, la costumbre, las peleas…es como si todo hubiese sido chupado por el vacío. Entonces me parece como si alguien más hubiese vivido esa historia, no yo.
-          A veces quisiera que mi vida fuera chupada por el vacío – agrega Augusto, por lo bajo, con tono melancólico.
-          Es algo extraño…se supone que cuando uno pierde a un ser querido, vive poblado de esos recuerdos, como ecos distantes pero indudables de lo que fue la vida conjunta. A mí no me pasa eso, todo lo contrario: cada vez estoy más convencido de que esa vida no fue mía. Usted perdió a alguien cercano alguna vez? 
 -      No, yo…
-          A mí me costó aceptarlo – interrumpe Miguel-, pero desde que supe que mi vida conyugal fue una mentira, me juré nunca volver a tener ni mujer ni gatos. Tengo que deshacerme de esos gatos. Usted no los quiere?
-          No – categórico.
-          Entonces, usted querría tener sexo conmigo? Supongo que si no voy a tener mujer, tendría que tener un hombre, no le parece razonable?
-          Si, quizás…
La plaza estaba casi a oscuras. Las madres responsables ya habían retirado a sus críos; sólo quedaban algunas personas paseando a sus perros o fumando en algún banco solitario. A Augusto le tranquilizó ver que todavía existía una vida normal a la que volver, fuera de esta conversación extraordinaria. Se había reincorporado y levantado para irse, cuando se sorprendió volviendo la cabeza hacia Miguel para repetir:
-          Si, quizás…

Zombie

De todas las personas que me han ofrecido amor en estos años, a ninguna pude corresponder.
¡Cómo quisiera amar a alquien que me ama!, ahora mismo, en este preciso instante. Quisiera salir de mi casa, corriendo a su encuentro y decirle: "Si me amás, yo te amo". Olvidar a la vieja Penélope, siempre pendiente de ensueños lejanos e imposibles. Imposibles porque están fuera de la lógica del discurso, y estas letras perdidas nunca podrían tocarlos.
Quisera dejar toda la conciencia atrás. Para eso, antes de abrir la puerta de mi casa, dejaría mi cerebro en la heladera, cómodamente alojado en el cajón de las frutas, y así me iría, como zombie, a buscarte. Y te diría: "Si me amás, yo te amo". Y se me caerían algunas lágrimas pesadas, porque el corazón también llora y así se purifica.
Quizás no sea tan mala vida, esto de andar descerebrada. Podría alguna vez, abrir la heladera y gritarle a todos mis amores imaginarios, que se pudran!. A todos mis miedos, que se pudran. A todas las obligaciones, a la música y a la poesía, que se pudran en el cajón, junto a las mandarinas que se achicharan por la desidia.
Pero olvido que entonces tampoco podría recurrir al lenguaje. Ni a los recuerdos. Una vez que salga de mi casa, ya no recordaré adonde vivo, quiénes son mis padres ni cuándo vencen las expensas. Pero tendría un amor. Porque para amar sólo hace falta un cuerpo.

viernes, 6 de enero de 2012

Apostasía


Ojalá que sigas negándome el amor, ojalá que sigas colmando mis días de ilusiones baratas y remedios caseros. Ojalá que no te de vergüenza verme excitada por la posibilidad, sabiendo de antemano que estaré mordiendo el polvo de la desilusión poco tiempo después. Quiero que me veas, desnuda, anhelante, cuando no encuentro sosiego y el mundo gira vertiginoso dentro de mi mente, y me río y bailo y me embriago. Quiero que veas también esta callada resignación, esta muerte súbita, estas lágrimas petrificadas en el interior de mis párpados.
Ojalá que sigas deteniendo mis días en esta absurda incertidumbre, que nunca me des garantías ni explicaciones. Ojalá que nunca me dejes tener lo que quiero.
Así sabré que no te debo nada.