viernes, 3 de septiembre de 2010

Hoy le juego al suicidio

Viernes, día de abandonar el país vecino y regresar al hogar. Infinidad de trámites y nimiedades que resolver: completá este formulario, hacé esta fila, firmá acá, pasá tus cosas por allá. Siento que estoy en una cinta de producción masiva y voy a salir empaquetada o transformada en algo extraño. Al menos no hace falta pensar demasiado, sólo hay que entrar en el circuito y dejarse llevar.
Tomamos un taxi al aeropuerto y yo voy entrando en trance, ya me imagino con los pies en la cinta transportadora. El chofer tiene un acento que nos suena familiar: es argentino. Esto genera una complicidad obvia: respetamos y hasta admiramos al país vecino, pero somos argentinos y nos gusta serlo, qué demonios. El taxista nos cuenta acerca de su vida acá y sus ganas de volver a Buenos Aires. Le preguntamos a qué se dedicaba allá (o acá, mejor dicho) y nos cuenta que él hace teatro, Si, él escribe, produce y actúa. Aparentemente, las cosas no le fueron bien en el país vecino (acá la gente no se interesa en el teatro, dice), pero en Buenos Aires es bastante conocido y hasta cita como amigos entrañables a una serie de actores de primera línea. La pregunta que sigue es ineludible: "¿Por qué viniste a vivir acá"?. La respuesta, imprevisible. "Se suicidó mi mujer, y yo tenía que salir de Buenos Aires", dice. Silencio. Pasemos a otra escena.
Estoy por fin con los pies en tierra bonaerense. Gracias a Dios por haber sobrevivido una vez más al acto innatural de viajar a 10 mil metros de altura, gracias. Otro taxi me espera para llevarme a casa. No conozco al chofer, pero me cae simpático. Usa lentes gruesos y habla muy suace. Es algo parsimonioso, me pregunta mil veces si estoy cómoda. Conversamos sobre lo que hago, si viajo mucho y esas cuestiones. Me dice: "mi padre fue síndico, muy reconocido, los jueces lo nombraban en todas las causas importantes". Habla tan bajo que su voz se pierde entre los ruidos de la calle y la incipiente llovizna. Me esfuerzo por escuchar, pero igual percibo sólo fragmentos de la historia: "también enseñaba en la facultad, tenía más de 40 títulos (?)"; "...un excelente profesor, nunca regalaba una nota". Mientras trato de aguzar el oído para poder responder algo coherente, voy pensando en el chofer, hombre maduro, entusiasmado hablando de su padre, hasta con cierta solemnidad. Yo sigo observando el mundo desde la cinta que corre bajo mis pies, mientras espero que se complete la transformación.
Cuando vuelvo a prestar atención al discuso del taxista, lo último que escucho es: "Era un hombre brillante, mi padre...se suicidó hace tres meses"

5 comentarios:

El Gaucho Santillán dijo...

Pobre tipo.

El te contaba su historia de vida.

Quien sabe que cuentas le habràn quedado pendientes, con el padre!!

Que habrà sido.

En fin, es la vida.

buen fin de semana.

I. dijo...

Rarísimo cuando te pasan cosas así, ¿viste? Pareciera que si uno prestase mucha atención enganchando las cosas que le suceden cerca, después puede entender si existen o no las casualidades.
Y sí, andá a la Quiniela :)

Nina Regina dijo...

Cierto, me dio un poco de pena el chofer y su nostalgia callada, pero bue, así es la vida!
Gracias por comentar siempre, Gaucho! sos un grande!, buen fin de semana,

Frestón, ahora que lo mencionás, siempre me impresoinó que si prestás un poco de atención a las cosas que pasan alrededor de uno, te dás cuenta la infinidad de conexiones y señales que ves en el camino! es un flash! ja

Stumbleine dijo...

Me horroriza la idea del suicidio.

Es curioso como a veces, cuando te cruzas con gente desconocida, estas están en tal situación emocional que buscan el desahogo con la persona que sea.


Pobre hombres... Es aún más curioso las razones que debe tener una persona así para acabar con su vida.
Pero bueno, supongo que eso también se llama "coraje".


Besos!
:)

SOL dijo...

Noooooo!!!!! Dejame de joder, que garrón!