miércoles, 1 de febrero de 2012

La conciencia del derroche


Hoy me senté debajo de la ducha como hacía cuando era chica y quería hablar con Dios. Siempre elegí los lugares y momentos más inusuales para hablar con Dios. Por ejemplo, también recuerdo que uno de los momentos de más íntima comunión divina era cuando me hamacaba en el patio de mi casa (Nostalgia de esa fe ingenua y pulcra, sin sombra de duda. Una fe-contacto, tan real como el aire que impulsaba la hamaca). Me hamacaba y cantaba canciones acerca de la bondad de Dios, de la salvación a través del sacrificio, de la certeza de una sobrevida gloriosa. Cuando era chica, tampoco tenía conciencia del derroche. Hoy pienso que no se debe malgastar el agua, que a la ducha corresponde sólo el tiempo necesario para la higiene y después salir a enfrentar el podrido mundo otra vez. Pero el tiempo se me hace largo, porque el tiempo es relativo, ciertamente (cómo pudimos dudarlo, cómo pudimos ignorarlo hasta que la ciencia nos plantó esa certeza en la cara en base a formulaciones matemáticas y teorías incompensibles). El tiempo se alarga cuando uno no sabe qué hacer de esta vida precaria, cuando uno sólo espera una muerte callada. Entonces pienso en el derroche: del agua, del tiempo, de la luz, del dinero, de mi moderada belleza (cuánta contradicción)
Pero hoy me senté en la ducha y dejé que el agua se vuelque mordaz sobre mi cuerpo. Como un grito de espanto, como una rebelión ahogada. Y no sé si hablé con Dios, o quizás invoqué su nombre en algún eco de mi conciencia. Más bien abrazé mi cuerpo, aplasté las gotas en mi piel mojada y mordí tristemente mis brazos, piernas (¿Es que nadie quiere esto? Entonces, ¿nadie?). Más bien dejé que el calor me transforme en una masa informe y cansada, que luego...

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"Tocamos instrumentos para la ciega cólera
de sombras y sombreros olvidados. Nos quedamos
con los presentes ordenados en una mesa inútil,
y fue preciso beber la sidra caliente
en la vergüenza de la medianoche.
Entonces, ¿nadie quiere esto,
nadie?"
 
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8 comentarios:

Panqueca dijo...

¿Es que nadie quiere esto?
¿Alcanza con que por momento solo lo queramos nosotras?

Doctor Kaos dijo...

¿Se puede no sufrir y escribir así? ¿Qué necesito con más fuerza? ¿Que dejes de sentirte mal, o que sigas escribiendo?

Quizás, los dos podamos dejar de sufrir, y entonces vos no necesites escribir, y yo ya no necesite leer.

(perdón por el egocentrismo. Pero calculo que ya te habrás acostumbrado)

El Gaucho Santillán dijo...

Uno es joven, y piensa que hay tiempo para perder.

Y de repente, sin previo aviso, aparecen veinte años tras el sillòn!

No te duermas, carpe Diem.

Un abrazo.

Nina Regina dijo...

“No leer, no sufrir, no escribir,
no pagar cuentas” ~GIL DE BIEDMA

Fede dijo...

Ves, esto podría pasarle tranquilamente a Augusto. Cuando se iba el hombre raro, podía sentarse en una hamaca y recordar como era cantar canciones de alabanza (dios mío!)

Jennifer Amapola Banfrula dijo...

no es derroche cuando el agua nos pone en contacto con nosotros mismos. es otra función, tan útil como la de darnos de beber.

S. dijo...

Hola Nina, te imaginé en esos instantes de rebeldía. A veces lo único que podemos hacer es enojarnos. Y nos enojamos porque no nos rendimos.

Saludos,
Sabrina.

Lauro Digifico dijo...

Tus escritos me resultan peligrosos. Me resuenan en algún lugar lleno de humedad y estática. Por eso te voy a seguir.