lunes, 28 de noviembre de 2011

Sobre cómo (no) conocí a Santiago


En septiembre, no conocí a Santiago y, desde entonces, no he podido alejarlo de mi mente.
Toda mi vida transcurre bajo sus ojos ausentes, por ejemplo cuando veo una película y me siento conmovida por la mano de un hombre que roza interesadamente el lazo del vestido de su enamorada, o cuando me detengo a observar el agua que se amontona al costado de las aceras con sus reflejos intermitentes: Santiago me acompaña como testigo omnisciente de todos mis actos, siento su presencia como una conciencia dividida con la que lo pienso, pensándome.
No conocí a Santiago a través de una amiga en común. Cuando empecé a espiarlo supe que estaba perdida, que iba a seguirlo como una sombra hasta arrancarme la última e improbabilísima espina de la esperanza. Ya casi no recuerdo las cosas que me gustaba hacer antes de no conocer a Santiago, a veces me sorprendo leyendo publicaciones sobre ciencias con inusitado interés antes de darme cuenta de que lo hago para él, por su invisible influencia. "La mujer, hay que ver cómo copia", diría Bioy a través de alguno de sus personajes. Y así es. Me voy rearmando a imagen y semejanza del Santiago no conocido.
¿Cuánto tiempo más voy a soportar este hambre dolorosa en las entrañas, esta necesidad innombrable de reemplazar al idílico Santiago por un Santiago de carne y hueso? Y si lo conociera, ¿podría quererlo en la misma medida en que quiero a su fantasma?
Ahora ya es demasiado tarde. Ahora ya cambié, ¿cómo voy a volver a encontrarme?

2 comentarios:

Doctor Kaos dijo...

Pobre Santiago... La que le espera cuando finalmente lo conozcas, y cuando él también (no) te conozca, y descubra finalmente cómo tanto de lo que le gustó de vos fue una charada, una puesta en su honor. Cuando la voluntad te abandone y quedes desnuda, y ahí sí, te muestres no para él, sino como sos. Pobre Santiago. Pobre...

Anónimo dijo...

muy bueno