martes, 11 de agosto de 2009

Se dice de mí...

(título muy random)

Estoy pasando por un momento de extrema ansiedad. No puedo parar de comer. De hecho, lo único que hago es pensar en qué más puedo comer para sentirme más descontrolada, indisciplinada y al borde del colapso nervioso. En el transcurso de unas pocas horas comí: muchas galletitas, una naranja, unas patitas de pollo, un alfajor, un barrita de cereal, y ahora estoy empeñada en acabar con una bolsa de fajitas. Dios, siento asco de mi misma, pero pareciera que sólo puedo pensar mientras mis dientes trituran algo comestible. Estoy haciendo todo mal, pero hasta que no llegue al fondo, no voy a detenerme.
Haciendo un poco de psicología barata, diría que canalizo la ansiedad de esta manera porque comer es una de las pocas cosas que puedo controlar en mi vida. Yo decido: si quiero matarme comiendo, lo hago. Nadie puede impedirlo. Pero también me queda el sabor amargo de que lo hago para castigarme, lo hago acarreando una profunda convicción de falta a cierto deber o responsabilidad. No me permito comportarme de esta manera (pero igual lo hago, porque soy una tipa jodida y me gusta llevarme la contra). Sentido del deber, presente en el trasfondo de todos mis problemitas.
También me sorprende lo versátiles que son mis emociones: me levanto en paz, después de haber meditado en mis ideales de vida ascendente, estoy en armonía conmigo misma y con el resto, y, de repente, estoy así: no entiendo lo que hago, me aburro, quiero dejar de pensar...y como, no puedo parar de comer. ¿Qué pasó en el medio? no lo sé, no me lo explico. Quizás no todo estaba tan bien como pensaba, desde un principio. Quizás se me escapó alguna grieta, que me olvidé de emparchar ayer, y ahora todo se desmorona. Pero, ¿por qué será tan difícil "traerse al hoy cada mañana"?
Para sumar elementos extraños al caso, hoy estuve leyendo y tomé nota de esto: "La vida ascendente exige una vigilancia de todas las horas...Toda concesión, en el orden moral, produce una invalidez; todo renunciamiento es un suicidio" (José Ingenieros, Las Fuerzas morales). ¿Qué clase de cortocircuito tengo en el cerebro para pasar de la admiración por estas máximas a este estado de ser errático, falto de motivación y disciplina?

4 comentarios:

Nina Regina dijo...

Nota al pie: al momento de terminar de escribir este post, ya me había terminado la bolsa de fajitas, más una bolsita de gomitas y dos cabsha. Quiero dejar esto registrado para mi vergüenza.

Anónimo dijo...

Tu deber auténtico es irte de la comunidad para encontrar tu bienaventuranza. La sociedad es el enemigo, cuando impone sus estructuras sobre el individuo. Sobre el dragón hay muchas escamas. Todas ellas dicen “debes”. Mata al dragón “Debes”. Cuando uno ha matado a ese dragón, uno se vuelve “El Niño”.

(Joseph Campbell)

Fede dijo...

Me cae bien José Ingenieros, pero hoy es imposible vivir sin hacer algunas concesiones. O caaaasi imposible, creo yo.

Si cuando te levantás sos una seda, y al rato entras en este tren ansioso, evidentemente te estás olvidando de lo del medio!

Tu admiración por esas máximas (entre las cuales yo metería la religión, pero no quiero entrar en esa discusión esta vez :P) es exactamente igual a tu desprecio por las mismas, sino no pasarías todo el tiempo tratando de romperlas. Son las dos caras de la misma moneda. El amor odio (bue, lo tengo en la cabeza, justo pensaba eso hoy).

Sali del juego!

pd: ya se, soy un ególatra, me cité dos veces en dos párrafos, jaja.

Nina Regina dijo...

Ay, tengo que preguntar: qué sería lo del medio??

mi admiración por esas máximas es igual a mi odio por ellas? guau! nunca se me hubiese ocurrido...es posible! creo que el odio consiste en no poder vivir esas máximas de forma natural, en que sean "tú debes" y no "yo quiero".

Tengo que leer tu post sobre la dualidad, pero...es muy largo! jaja